Con las Navidades a la vuelta de la esquina llega el momento de hablar de dietas. Una de las más seguidas es la dieta cetogénica que se ha puesto de moda en los últimos años, pese a que data de principios del siglo pasado. Su reciente auge se debe, en parte a su publicidad a través de redes sociales, la demonización de los hidratos de carbono y la promesa de perder peso de forma eficaz, rápida y sin pasar hambre.

¿En qué consiste?

La dieta cetogénica es muy baja en hidratos de carbono (menos de 20 g/día), moderada en proteínas (15-25%de las kcal diarias) y alta en grasas (65-70% de las kcal diarias).

En condiciones normales, los hidratos de carbono (verduras, frutas, cereales integrales, legumbres…) son nuestra principal fuente de energía. Cuando el consumo de hidratos de carbono en la dieta es muy bajo, se produce una hipoglucemia, el cuerpo consume el glucógeno acumulado.

Cuando se agota el glucógeno muscular y hepático, el metabolismo recurre a la “quema” o combustión de la masa muscular y finalmente de los depósitos de grasa con la consiguiente formación de cuerpos cetónicos que, aunque reducen el apetito, generan muchos efectos secundarios.

Como explican desde la plataforma Dieta Coherente, “la rápida pérdida de peso inicial que se produce en esta dieta se debe principalmente a la pérdida de líquidos por el consumo de glucógeno acumulado y no por una pérdida de masa grasa”.

Hasta el tercer día de consumir menos de 15 g de hidratos de carbono diarios, no se empiezan a “quemar” los depósitos de grasa para transformarlos en combustible, gracias a la hormona glucagón producida en el páncreas.

¿Por qué no debes seguir esta dieta?

La dieta cetogénica tiene múltiples efectos adversos, entre ellos:

1. El exceso de cuerpos cetónicos y la rápida perdida de agua y electrolitos puede provocar mal aliento, sudor y orina con olor muy fuerte sobre todo en las primeras semanas.

2. La falta de glucosa en el cerebro provoca falta de concentración, mareos, dolor de cabeza y letargo. De hecho está contraindicada en adolescentes, niños, embarazadas, deportistas, en personas de bajo peso, etc.

3. Reduce la masa muscular y la velocidad del metabolismo, por lo que impacta negativamente en el rendimiento deportivo por la pérdida de glucógeno muscular.

4. A medio-largo plazo es contraproducente por el riesgo de ser deficitaria en determinados micronutrientes y porque favorece el efecto rebote o yoyo.

5. Pérdidas de memoria y concentración al privar al cerebro de su combustible principal. Se cree que puede incrementar el riesgo de demencia.

6. Problemas intestinales y estreñimiento derivados de la falta de fibra prebiótica proveniente de las verduras, frutas y cereales integrales.

7. Incrementa el riesgo de elevación de colesterol y de sufrir patologías cardiovasculares, al no restringir las grasas saturadas de origen animal, como la diabetes tipo 1 o patologías renales, al favorecer la cetoacidosis.

8. Aumenta el riesgo de sufrir cálculos renales (ya que los cuerpos cetónicos se expulsan a través de la orina), pancreatitis (asociada al exceso de proteínas) y osteoporosis (debido a una menor fijación del calcio por el exceso de proteínas).

9. Favorece la inflamación y el envejecimiento prematuro por acumulación de radicales libres, al tener que forzar la activación de vías alternativas para el metabolismo energético.

10. No es una dieta que se pueda sostener en el tiempo debido a que es muy restrictiva y no es compatible con la vida social.

Por todo ello, desde Dieta Coherente insisten en que no juguemos con nuestra salud y nos pongamos en manos de un/a nutricionista con sentido común para no “hipotecar tu metabolismo”. Las prisas no son buenas consejeras para una pérdida definitiva de peso y de grasa corporal.

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